ARTE Y FÉ
Catálogo Talleres de Pintura y Estudios Andinos de Arte Colonial
Familia Chávez Galdós
Textos: Carlos González Riffo – Investigador
Las Imágenes: devoción y persuasión
Una nota distintiva del culto católico, es la veneración de las imágenes. Tema que tanta controversia ha traído, desde antiguo, a causa de una mala comprensión teológica e histórica de esta realidad, como también de sus usos y funciones dentro de la comunidad eclesial.
Ya el Concilio de Nicea II celebrado en el año 787, dirigía una palabra aclaratoria al respecto: “Entrando, como si dijéramos, por el camino real, siguiendo la enseñanza divinamente inspirada de nuestros Santos Padres, y la tradición de la Iglesia Católica – pues reconocemos que ella pertenece al Espíritu Santo, que en ella habita –, definimos con toda exactitud y cuidado que de modo semejante a la imagen de la preciosa y vivificante cruz han de exponerse las sagradas y santas imágenes, tanto las pintadas como las de mosaico y de otra materia conveniente, en las santas iglesias de Dios, en los sagrados vasos y ornamentos, en las paredes y cuadros, en las casas y caminos, las de nuestro Señor y Dios y Salvador Jesucristo, de la Inmaculada Señora nuestra la santa Madre de Dios, de los preciosos ángeles y de todos los varones santos y venerables. Porque con cuanto más frecuencia son contemplados por medio de su representación en la imagen, tanto más se mueven los que éstas miran al recuerdo y deseo de los originales y a tributarles el saludo y adoración de honor, no ciertamente la latría verdadera que según nuestra fe sólo conviene a la naturaleza divina; sino que como se hace con la figura de la preciosa y vivificante cruz, con los evangelios y con los demás objetos sagrados de culto, se las honre con la ofrenda de incienso y de luces, como fue piadosa costumbre de los antiguos. “Porque el honor de una imagen se dirige al original”, y el que adora una imagen, adora a la persona en ella representada”.
De la lectura de este texto conciliar podemos descubrir un primer camino de iluminación respecto al culto de las imágenes que expresa lo siguiente:
1º Que está permitido erigir o exponer las “santas y venerables imágenes de Dios, Jesucristo, de la Virgen, de los ángeles, de los Santos y venerables.
2º Que a estas imágenes está permitido tributarles “veneración obsequiosa”, es decir, “tributarles el saludo y adoración de honor”, según el lenguaje conciliar.
3º Que éste tributo no es propia ni verdadera adoración que sólo se debe a Dios, es decir, sólo Él, Jesucristo y la Santísima Trinidad reciben el culto de latría o adoración.
4º Que el honor, brindado a una imagen se dirige al original, es decir, va dirigido al que es representado en ella.
También los Padres Conciliares de Nicea se pronuncian respecto de la materialidad de estas imágenes, que eran las conocidas en la época: pinturas, mosaicos y “otra materia conveniente”, podríamos decir noble y digna para lo que va a representar. En tiempos posteriores al concilio, se han usado distintas materialidades para trabajar las imágenes como metales, piedras, maderas, fibras vegetales, textiles, yesos, acrílicos, fibras de vidrio y otras resinas, guardando siempre, eso sí, el decoro debido a lo que se va a representar: una imagen.
Varios Padres de la Iglesia como San Juan Damasceno y Patriarcas de Constantinopla como Germán y Nicéforo y, el Abad Teodoro insistieron en sus escritos principalmente en el carácter relativo del culto y hacen notar el valor pedagógico de las imágenes sagradas, cuyo “uso frecuentado en la iglesia fue introducido para fomentar la piedad de los fieles”.
Otros concilios como el de Constantinopla del año 815 también definieron asuntos similares respecto de las imágenes en el contexto de una fuerte lucha ideológica contra los iconoclastas del siglo VIII y IX que se oponían al culto de las imágenes.
En el siglo XVI, el famoso Concilio de Trento renovará todas estas declaraciones y definiciones frente a los reformadores que reprobaban el culto a los santos, reliquias e imágenes. Los Padres de Trento, reiterarán el carácter relativo de la veneración, recordando una vez más que el honor dado a las imágenes está referido a los modelos que son representados en ellas.
Son los tiempos de la Contrarreforma, de los hijos de San Ignacio de Loyola, que serán los primeros responsables de las aplicaciones del Concilio de Trento, que en América encontró un campo fértil para hacer realidad las verdades definidas. Con el apoyo de la Corona Española y levantando la bandera de la defensa de la fe, la iglesia ganó para Cristo, en tierras amerindias, un sin fin de nuevos adeptos.
Por tanto, las declaraciones de Trento son claves para nuestra comprensión del culto a las imágenes, tan arraigado en la vida del hombre americano.
En la sesión XXV, celebrada el 3 y 4 de diciembre de 1563 se lee:
“Manda el santo Concilio a todos los Obispos, y demás personas que tienen el cargo y obligación de enseñar, que instruyan con exactitud a los fieles ante todas las cosas, sobre la intersección e invocación de los santos, honor de las reliquias, y uso legítimo de las imágenes, según la costumbre de la Iglesia Católica y Apostólica, recibida desde los tiempos primitivos de la religión cristiana, y según el consentimiento de los Santos Padres, y los decretos de los sagrados Concilios; enseñándoles que los santos que reinan juntamente con Cristo, ruegan a Dios por los hombres; que es bueno y útil invocarlos humildemente, y recurrir a sus oraciones, intercesión, y auxilio para alcanzar de Dios los beneficios por Jesucristo su hijo, nuestro Señor, que es sólo nuestros redentor y salvador; y que piensan impíamente los que niegan que se deben invocar los santos que gozan en el cielo de eterna felicidad; o los que afirman que los santos no ruegan por los hombres; o que es idolatría invocarlos, para que rueguen por nosotros, aún por cada uno en particular; o que pugna a la palabra de Dios, y se opone al honor de Jesucristo, único mediador entre Dios y los hombres; o que es necedad suplicar verbal o mentalmente a los que reinan en el cielo… Además de esto, declara que se deben tener y conservar, principalmente en los templos, las imágenes de Cristo, de la Virgen Madre de Dios, y de los otros santos y que se les debe dar el correspondiente honor y veneración, no porque se crea hay en ellas alguna divinidad o virtud, por la que merezcan el culto, o que se les deba pedir alguna cosa, o que se haya de ponerse la confianza en las imágenes, como hacían en otro tiempo los gentiles, que colocaban su esperanza en los ídolos; sino porque el honor que se da a las imágenes, se refiere a los originales representados en ellas; de suerte que adoremos a Cristo por medio de las imágenes que besamos, y en cuya presencia nos descubrimos y arrodillamos; y veneramos los Santos, cuya semejanza tienen: todo lo cual es lo que se halla establecido en los decretos de los Concilios, y en especial en los del segundo Niceno contra los impugnadores de las imágenes.
Enseñen con esmero los obispos que por medio de las historias de nuestra redención, expresadas en pinturas y otras copias, se instruye y confirma el pueblo recordándole los artículos de la fe, y recapacitándole continuamente en ellos: además que se saca mucho fruto de todas las sagradas imágenes, no sólo porque recuerdan al pueblo los beneficios y dones que Cristo les ha concedido, sino también porque se exponen ante los ojos de los fieles los saludables ejemplos de los Santos, y los milagros que Dios ha obrado por ellos, con el fin de que den gracias a Dios por ellos, y arreglen su vida y costumbres a imitación de los mismos Santos; así como para que se exciten a adorar y amar a Dios y practicar. Y si alguno enseñare o sintiere lo contrario a estos decretos, sea excomulgado”.
Del análisis de estas declaraciones del Concilio de Trento, el cardenal Arzobispo de Bolonia, Gabriel Paleotti en el año 1594 hace distinción en tres tipos de imágenes, las que sirven para adoctrinar al pueblo, las imágenes que sirven para mover los afectos de las personas devotas y las imágenes a las que se les debe culto de latría o adoración, (Dios, la Trinidad, Jesucristo), de hiperdulía (Virgen María) y dulía o veneración (santos en general).
Desde aquí y siguiendo las declaraciones Tridentinas podemos señalar que existen las imágenes de culto sea de latría, hiperdulía o dulía; las imágenes pedagógicas o didácticas, que sirven para enseñar, instruir y servir de sustento visual de la catequesis, y las imágenes de devoción, que tocan los sentimientos y afectos de los fieles orientándolos a la imitación de aquello que representan.
En América, el tema no fue ajeno, los Concilios Provinciales celebrados en México en los años 1555 y 1585 ya lo analizaban, valorando las imágenes por su carácter de apoyo auxiliar a la evangelización y en la promoción de la piedad y el culto, pero también se reconocía el riesgo de provocar la idolatría y toda clase de supersticiones e incluso faltas de respeto, por parte de los indígenas, hacia las imágenes. Por esta razón, los artistas eran debidamente examinados para que pudieran garantizar la producción de imágenes que reunieran las funciones de sustentar la cultura, la doctrina y la devoción.
Las imágenes de culto están referidas a los íconos de Cristo y de María representados en vida o después de su muerte, producidos misteriosamente o por impresión directa, no por manos humanas, a lo más por contemporáneos a Jesús y María como es el caso de San Lucas y Nicodemo que, según la tradición, eran también pintores. Aquí podemos recordar la escena de la pasión de Jesús en su encuentro con la Verónica que al llevar el sudario al rostro de Jesús, este queda impreso misteriosamente en el lienzo. Así lo corrobora la fuerte tradición que se originó en torno al llamado Santo Sudario. Las imágenes de culto tienen pues su origen en la antigüedad bíblica del nuevo testamento.
En América, recordemos los acontecimientos ocurridos en el cerro del Tepeyac con las apariciones de la Santísima Virgen al indio Juan Diego. Se afirma que la imagen de la Virgen queda impresa en la tilma de Juan, es decir, sin intervención humana. Es la Virgen de Guadalupe cuya imagen, después de los hechos, se reproducirá miles de veces, dando origen a un culto mariano sin igual. Para estas imágenes de culto se construyen grandes templos, cabe recordar los santuarios levantados en Europa y América, en honor de la Virgen, donde se realizan significativas muestras de veneración y culto.
En la época virreinal, fastuosos serán los camarines ubicados en lo más alto de los retablos que estaban destinados a contener la imagen principal a la que estaba dedicado el templo, sea de Cristo, la Virgen o algún santo, aquí el arte barroco hispanoamericano encontrará un nivel de desarrollo, sencillamente espectacular, tanto en la imaginería como en la pintura, en la arquitectura y en decoración de las iglesias.
Este tipo de imágenes están a la vista de todos, pero a la vez, se encuentran aisladas, ubicándose preferentemente en las partes altas de los templos, tienen ciertas restricciones y son a la vez queridas y temidas, cercanas y lejanas, son sagradas y numinosas. Estas imágenes de culto suscitan impacto por su capacidad de obrar milagros, de escuchar ruegos y peticiones, despertando el fervor en sus devotos que la hacen representar de variadas formas para llevarla a sus hogares y estar con ellas, allí donde la vida transcurre en la cotidianeidad.
Por último, estas imágenes no siempre son estéticamente bellas, haciendo de esa característica su sello sobrenatural, de aquí surge la necesidad del pueblo de vestirlas con túnicas y mantos. Collares, aros y vistosas joyas y trajes para que puedan reflejar los distintivos de la clase superior. En el ambiente andino es muy frecuente ver imágenes de la Virgen luciendo muchos adornos, con joyas de oro y plata, piedras preciosas y otras que no lo son, pendientes y broches, pero también con vestidos de telas brillantes los que serán cambiados según la ocasión.
Las imágenes con fines pedagógicos, tenían como principal función enseñar, estaban dirigidas a la memoria de los fieles y, a través de ella se enseñaban los grandes temas bíblicos, la vida de Cristo, de los Santos, de la Virgen, de Santos Fundadores, los catálogos de pecados y de virtudes, los temas escatológicos como cielo, infierno y purgatorio, entre otros.
Estas pinturas, adornaban las paredes de los templos y se transformaban en verdaderos libros abiertos donde se podía aprender y por sobretodo, corregir algún comportamiento que no se ajustara a la enseñanza de la fe, sentir dolor de haber ofendido a Dios con los propios pecados, sin estar ausente esa cuota de temor que se infundía, a través de ellos, en los nuevos adherentes.
El poder de la imagen, era impresionante ya que acercaba a este mundo terrenal y pecaminoso, la santidad, el cielo y el horror del infierno. Fueron un recurso para reforzar la enseñanza oral, un apoyo visual a los sermones voceados desde lo alto de los púlpitos. Varios de estos lienzos se conservan hasta nuestros días y aún entrado el siglo XXI, no dejan de sorprendernos.
Las imágenes de devoción, este tipo de imágenes está dirigida a los sentimientos, a los estados de ánimos, provoca afectos, emociones, decisiones de querer alcanzar una identificación con aquello que se representa. Pueden provocar y despertar la piedad, la ternura, la compasión, la veneración. Generalmente los temas de este tipo de imágenes fueron los ciclos de la infancia de Jesús y de la pasión, que lograron eficazmente provocar sentimientos de recogimiento y piedad en los corazones de los fieles. Las estampas y grabados europeos sirvieron de modelo e inspiración para muchas recreaciones realizadas en América para este tipo de imágenes. Los grandes temas eucarísticos, de la Virgen María y de los santos, fueron profusamente difundidos con estas imágenes para demostrar su triunfo sobre la iglesia protestante.
Las imágenes de devoción tienen su origen en el siglo XV con la llamada “Devotio Moderna”, asumida por la contrarreforma por ser la que más invitaba a la oración mental y al cambio moral de las costumbres.
Esta devotio moderna fue un movimiento de gran importancia espiritual. Significó una “reacción frente a un culto en el que sólo parece contar el aspecto formal y externo y a unas prácticas devocionales que empezaban a caer en el mismo defecto de la liturgia, es decir, en la reiteración casi mecánica de unos actos y plegarias cuya eficacia parecía basarse en la fidelidad material con que se ejecutaban. La “devotio moderna” buscó un ideal de vida interior fundada en la piedad individual y con independencia de los medios externos de santificación. Esta devoción es un obsequio interior a Dios, de amor hacia Él, que se traduce hacia fuera en la austeridad y sencillez de vida, y hacia dentro en la llamada plegaria del corazón”.
Finalmente, estas imágenes también fueron usadas como propaganda de muchas organizaciones religiosas y civiles para promover a sus santos fundadores y la piedad hacia estos, produciendo un mayor número de fieles y adeptos en todas sus actividades tanto de iglesia y como fuera de ella.
Las “estampas” tan difundidas en la iglesia católica fueron un importante elemento en la propagación del culto católico y la piedad de sus fieles.
Virgen de las Rosas, óleo sobre tela, Familia Chávez Galdós. Imagen de la Virgen para la devoción particular.
Ángeles y Arcángeles
El nombre de los ángeles no es un nombre de naturaleza, sino de función. Es la afirmación de San Agustín: “Angelus officii nomen est, non naturae” (Catecismo Iglesia Católica, 329). Si preguntas por su naturaleza, agrega, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace te diré que es un ángel. Con todo su ser los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. El Magisterio de la Iglesia así lo ratificará desde los primeros concilios. Pío XII en 1939 afirma en la Encíclica Summi Pontificatus “en cuanto criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales…”.
En hebreo son llamados mal’ak, y los hay buenos y malos, estos últimos, responsables de los vicios y de las desgracias. En griego son llamados angelos que significa “mensajero” y cuyo uso estaba limitado a las divinidades de los protectores de los difuntos como Hermes, Artemisa y Zeus. Etimológicamente ángel deriva del latín angelus.
Según el libro de los Hebreos los ángeles son “espíritus encargados de un ministerio, enviados para el servicio de los que han de heredar la salvación” (1,14).
Ellos inaccesibles a nuestra percepción forman un mundo espiritual y misterioso. Su existencia nunca es un problema para la Sagradas Escrituras, no obstante la doctrina relativa a los ángeles presenta un desarrollo evidente, y la forma como se habla de ellos y cómo se los representa supone una utilización constante de los recursos del simbolismo religioso.
El Antiguo Testamento, sirviéndose de las mitologías orientales, pero adaptándolas a la revelación del Dios único, con frecuencia representa a Dios como un soberano oriental, según 1 de Re 22,19, el Señor está “sentado sobre su trono y rodeado de su corte celestial”, el profeta Isaías al presentar el relato de su vocación en el capítulo 6 dice: “vi al Señor sentado en un trono alto y excelso. El borde de su manto llenaba el templo. De pie, junto a él, había unos seres de fuego con seis alas cada uno; con dos se cubrían el rostro, con dos cubrían su desnudez y con dos aleteaban”. Los miembros de esta corte son los “servidores” de Dios, también hay “mensajeros”, a los cuales Job reconoce cierta imperfección y defecto, en relación al Dios Creador que es justo e intachable y ante quien ni siquiera el cielo es puro (Job 15,15).
También integran esta corte los santos o los hijos de Dios, entre los que están los querubines, cuyo nombre es de origen mesopotámico y ellos sostienen el trono ya que el Pastor de Israel, se sienta sobre los querubines y resplandece ante Efraín, Benjamín y Manases (cf Sal 80,2). El es Rey y hay que postrarse ante el estrado de sus pies, su santidad hace temblar a las naciones y estremecerse a la tierra (cf Sal 99). Estos querubes además tiran de su carro y vigilan la entrada a sus dominios para prohibirla a los profanos, el libro del Génesis, se expresa en estos términos “Expulsó al hombre y, en la parte oriental del huerto del Edén, puso a los querubines y la espada de fuego para custodiar el camino que lleva al árbol de la vida” (3,22). Vemos pues, que tempranamente a estos seres se les encomienda una función de vigilancia y resguardo, están armados y forman entonces la milicia de Dios, un ejército celestial.
Por otra parte, el profeta Isaías, en el mismo relato de su vocación, hace mención de los serafines, seres de fuego (6,2) “ardientes”, quienes cantan la gloria de Dios en estos términos: “Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso, toda la tierra está llena de su gloria”.
Los mismos seres tienen la misión de purificar los labios impuros del profeta antes de iniciar su misión “uno de los seres de fuego voló hacia mí, trayendo un carbón encendido que había tomado del altar con las tenazas; tocó con el mi boca, y me dijo: Al tocar esto tus labios, desaparece tu culpa y se perdona tu pecado” (6,6).
En el famoso templo que Salomón hizo construir para el Señor, también están presente los querubines, y se hace una descripción iconográfica de ellos según lo atestigua el magnífica relato que hace el libro 1º de Reyes “revistió de oro todo el interior del templo, de arriba abajo, y todo el altar del lugar santísimo. Puso en el lugar santísimo dos querubines de madera de olivo de cinco metros de altura. Cada una de las dos alas de los querubines medía dos metros y medio; o sea, cinco metros de un extremo al otro. La medida y la forma eran las mismas para los dos. La altura de los querubines era de cinco metros. Puso los querubines en la parte interior del templo con las alas desplegadas; el ala de uno tocaba una pared, y el ala del otro la opuesta; las otras dos alas se tocaban una con otra en medio del edificio. También revistió de oro los querubines” (22-28).
En los muros exteriores del templo, también había esculpidos querubines en bajorrelieves con palmas y guirnaldas de flores, todo recubierto de oro (ídem 29.35.).
Para el Antiguo Testamento toda esta corte o ejército celestial debe destacar la gloria de Dios, estar a su disposición para gobernar el mundo y ejecutar sus órdenes, además de establecer un enlace, vínculo o conexión entre el cielo y la tierra, entre el mundo espiritual y terrenal. El salmo 91 expresa poéticamente esta idea: “No te llegará la desgracia, ni la plaga rondará tu tienda, porque ha ordenado a sus ángeles que te protejan en todos tus caminos. Ellos te llevarán sobre sus manos, para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre serpientes y víboras, pisarás leones y dragones” (v. 10-13).
Por otra parte, existe en los relatos bíblicos veterotestamentarios un “ángel del Señor” que no es distinto de Dios mismo manifestado aquí en el mundo terrenal en forma visible. El libro del Génesis, al relatar cómo fue el nacimiento de Ismael en el capítulo 6, así lo da a entender “Entonces Agar invocó al Señor, que le había hablado, con el nombre de El Roí, es decir, el Dios que me ve, pues se dijo: ¿No he visto aquí al que me ve?”. En el mismo relato la expresión el ángel del Señor aparece tres veces en comunicación (hablando) con la esclava Agar. No obstante, Dios no puede dejar ver su rostro, lo afirma El mismo a Moisés “yo mismo te haré ver toda mi gloria…sin embargo, no podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo” (Ex 33, 19.20.)
Diversas son las funciones que se le asignan a los ángeles dentro de la concepción de un mundo espiritual dividido, reminiscencia de la influencia de pueblos mesopotámicos y persas, vecinos directos del escenario bíblico, allí en la media luna fértil. Habrá entonces ángeles buenos que están en constante oposición con Satán y los demonios.
Ellos velan por los hombres y presentan a Dios sus oraciones, presiden los destinos de las naciones, explican a los profetas el sentido de sus visiones e incluso Tobías cita a los siete ángeles de la faz, ángeles que también son mencionados en el libro del Apocalipsis en igual número. “Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que asisten al Señor y pueden contemplar su gloria” (Tob 12,15).
También recibirán sus nombres conforme a la función que desempeñan Rafael = Dios sana (cura); Gabriel = Héroe de Dios y Miguel = Quién como Dios. Este último es el príncipe de todos, el más excelso que va en ayuda del profeta Daniel y que hace frente a los reyes de Persia -al mal-, (Dn 10, 13).
Toda esta doctrina respecto de los ángeles aportada por los libros canónicos del Antiguo Testamento encontrará mayor eco y difusión en la literatura apócrifa, especialmente en el Libro de Enoc y otros escritos rabínicos que tratarán de organizar estos antecedentes en sistemas más o menos relacionados.
Más tarde, en tiempos de los primeros escritos del Nuevo Testamento también se mencionará a estos seres espirituales, recogiendo las tradiciones antiguas al respecto. Así en 1Tes 4, 16 se lee: “Porque cuando se de la orden, cuando se oiga la voz del arcángel y resuene la trompeta divina, el Señor mismo bajará del cielo…”.
Por su parte la carta de San Judas, que fue escrita entre los años 80-90 de nuestra era, afirma: “Ni siquiera el arcángel San Miguel cuando discutía con el diablo disputándose el cuerpo de Moisés se atrevió a proferir algo injurioso; simplemente dijo: que el Señor te reprenda”. Y más adelante apoyado en el libro de Enoc, (apócrifo de la época intertestamentaria), el mismo hagiógrafo, dice: “Ya profetizó de ellos Enoc, séptimo patriarca después de Adán, cuando dijo: El Señor vendrá con sus innumerables ángeles a entablar juicio contra todos y a poner a todos en evidencia…” (Véanse los versos 9. 14 -15).
La Carta a los Hebreos menciona a los querubines cuando dice: “Encima del arca, estaban los querubines de la gloria que cubrían con su sombra la cubierta de oro llamada propiciatorio” (v.5).
Sin embargo, será San Pablo en su Carta a los Colosenses quien aporte mayores antecedentes pero, en relación a Cristo, único mediador de la creación y redentor de la humanidad. En esta epístola se hace mención de “los tronos, dominaciones, poderes, potestades, todo lo ha creado Dios por él (Cristo) y para él” (Col 1,16). Jesucristo tiene pues la primacía sobre todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, las visibles e invisibles.
El mismo autor escribirá en su Carta a los Efesios: “Por encima de todo dominio, potestad, poder y fuerza sobrenatural; y por encima de cualquier otra dignidad que pueda existir no sólo en este mundo, sino también en el venidero” (Ef 1, 21). Aquí, como en el texto anterior se describe la soberanía universal de Cristo, la que ejerce en primer lugar sobre las potencias angélicas. Se hace mención de cuatro nombres simbólicos utilizados en la teología judía sobre los ángeles para designar a otras tantas jerarquías angélicas en las cuales el denominador común es el poder. Según las creencias de la época, estas potencias participaban en el gobierno del universo físico y del mundo religioso, y de suyo podían designar tanto a los poderes del bien como a las fuerzas del mal. Cristo entonces, está por encima de todos estos poderes y ejerce su soberanía universal en cuanto cabeza de la iglesia. El mundo angélico se subordina pues, a Cristo cuyo misterio ha contemplado.
La presencia de los ángeles en los escritos de San Mateo, Marcos, Lucas y Juan es conocida están presentes en los distintos momentos de la vida de Jesús, el arcángel Gabriel será quien anuncie a María su concepción obrada por el Espíritu Santo, al nacimiento del Emmanuel será un coro de ángeles los que en el cielo canten ¡Gloria a Dios!, ellos se comunican con José y contemplan en el cielo el rostro del Padre, los ángeles son quienes se acercan a Jesús y le sirven y son los que se alegran cuando un pecador se convierte etc.
Desde este punto de partida, aparecerá más tarde, en el siglo VI el libro de Dionisio el Areopagita, obispo y escritor religioso converso por la predicación de San Pablo en la primera centuria cristiana, llamado “De la Jerarquía Celestial”, (tan citado por la literatura cuando busca fundamentar las fuentes que sirvieron de inspiración a los artistas que pintaron las series andinas sobre los ángeles y arcángeles, arcabuceros, virtudes y otras representaciones celestiales), donde divide a los ángeles en tres grupos, a saber: primero, serafines, querubines, tronos; luego potestades, virtudes, poderes; y en el tercer grupo los príncipes, arcángeles y ángeles.
Esta obra fue traducida al latín en el siglo IX y en el siglo XIII, el Doctor Angélico, Santo Tomás la ampliará para incluirla en su famosa obra la “Suma Teológica” en el Tratado de los Ángeles, describiendo a nueve coros de ángeles cristianos ordenados en triple jerarquía de tres esferas cada una entre Dios y los hombres.
Toda esta información pasa, seguramente, a América por la vía oral, tal como se conservaron tantas tradiciones bíblicas antes de ponerse por escrito. Recordemos que el libro de Enoc fue traducido recién en el siglo XIX (1821) y su iconografía vinculada a los astros y fenómenos naturales ya será representada en el mundo andino. Sea como fuere, los ángeles ocupan un sitial destacado en el mundo del arte virreinal cuyas obras hasta nuestros días podemos contemplar y admirar, no obstante, reconocemos que muchas veces su apreciación se hace delicada, debido a sus variadas representaciones y clasificaciones que, sin duda, encierran un carácter alegórico.
En América también ayudó a la difusión de la doctrina de los ángeles a su veneración y a su representación en el arte, la obra “Silex del Amor Divino”, escrita en Lima, por el jesuita Antonio Ruiz de Montoya donde presenta a los ángeles como intermediarios de la potencia divina con la humanidad, haciendo mención de Miguel, Rafael, Gabriel, Uriel, Sealtiel, Jesidiel y Baraquiel.
Las series de ángeles más importantes se encuentran en Bolivia y Perú. Famosa es, como dijimos más arriba, la serie de Calamarca, Peñas y Jesús de Machaca en La Paz, Yarvicolla y Sora-Sora en Oruro como también la de Potosí que se encuentra en la Iglesia de San Martín. La serie del Monasterio de La Concepción de Lima y la del Monasterio San Antonio Abad del Cusco con las de Challapampa y la del Convento Santa Clara de Trujillo, como la de San Pedro en Lima, están entre las mejores que se encuentran en Perú. También existen series de ángeles en Colombia y Argentina como la de Sopó y la de Casavindo.
Arcángel San Miguel
Su nombre significa ¿quién como Dios?, es el príncipe de todos los arcángeles y el que lucha contra las fuerzas del mal. A él está encomendada la comunidad judía según las palabras del profeta Daniel: “Durante veintiún días me ha opuesto resistencia el príncipe del reino de Persia, pero miguel, uno de los príncipes más excelsos ha venido en mi ayuda. Lo he dejado allí, haciendo frente a los reyes de Persia, y he venido a indicarte lo que sucederá a tu pueblo al final de los días…” (Dn 10, 13-14). Miguel es el jefe del ejército celestial y el ángel protector de Israel, el que presidirá los últimos acontecimientos de la historia, dice el profeta: “en aquel tiempo surgirá Miguel, el gran príncipe, protector de tu pueblo.” (Dn 12,1).
En varias versiones de la pintura virreinal se lo representa luchando contra el demonio, personificado en un dragón con grandes fauces abiertas y alas, que está siendo pisado (aplastado) por San Miguel quien está dotado de una espada pronta a asestar el golpe mortífero. También se le representa llevando un escudo o la palma de la victoria en su mano y vestido con armadura y yelmo del cual salen algunas plumas multicolores. Varias veces también su espada será flamígera.
La más famosa representación de este arcángel (San Miguel), se debe a la mano del pintor jesuita Diego de la Puente en el siglo XVII que trabajó durante cuarenta años en la región de los Andes siendo el precursor de otras representaciones sobre el tema y de varias escuelas de arte formadas en Bolivia y Perú, especialmente en las ciudades donde la obediencia religiosa lo destinó, peregrinando por más de cuarenta años hasta que fallece en la capital del virreinato en el año de 1662.
San Gabriel, arcángel
Es el famoso ángel de la Anunciación, según el relato de San Lucas: “Al sexto mes, envió Dios al ángel Gabriel a una cuidad de Galilea llamada Nazaret, a una joven desposada con un hombre llamado José, de la descendencia de David…” (Lc 1,26 s.), y talvez el más representado en la pintura universal por esta misión divina que Dios le encomendó. El anuncia a María, según la fuente bíblica, que sería Madre Inmaculada por ello porta la vara de azucenas y muchas veces la antorcha de la luz divina. No obstante, aparece mucho antes en los escritos bíblicos.
En el libro de Daniel aparece explicando una visión al profeta al que se acerca y toca. Véase Dn 8,16-17. Es él que explica el significado de las palabras del Señor, vuela rápido y se aparece a la hora del sacrificio (idem 9, 21).
Su nombre significa “Poder de Dios” o “Fuerza de Dios” y se representa con una vara de azucenas en la mano, flor que representa a la pureza o con una cornucopia llena de flores. Es uno de los 3 arcángeles junto a Miguel y Rafael cuyos nombres aparecen en las Escrituras y goza de gran popularidad.
Arcángel San Rafael
Su nombre significa “Dios sana”. La presencia de este arcángel en el libro de Tobías es bastante protagónica y se transforma en el eje del escrito que quiere manifestar la salvación de Dios a su pueblo.
Rafael es un guía providencial en un largo viaje a Media que Tobías debe hacer, su padre ciego lo encomienda a este “israelita, hermano nuestro”. Es el enviado del Dios de la gloria para sanar a Tobit quitando las manchas blancas de sus ojos para que vea la luz de Dios y a liberar a Sara del demonio Asmodeo (Cf. Tob 3, 16-17).
La representación iconográfica tiene como fuente el siguiente suceso: “Partieron el joven y el ángel, y el perro los acompañaba. Fueron caminando y cuando llegó la primera noche, acamparon junto al río Tigres y, de pronto, salió del agua un gran pez que intentaba devorar su pie. Entonces el muchacho se a puso gritar. El ángel le dijo: Agarra el pez y sujétalo con fuerza. El muchacho agarró el pez y lo sacó a tierra. El ángel le dijo: Abre el pez, sácale la hiel, el corazón y el hígado y guárdalos; pero tira las tripas. Su hiel, su corazón y su hígado son una medicina excelente…Entonces el muchacho preguntó al ángel: Hermano Azarías ¿qué utilidad medicinal tienen el corazón, el hígado y la hiel del pez? Él le dijo: El corazón y el hígado del pez sirven para quemarlos ante un hombre o una mujer atormentados por el demonio o por un mal espíritu. Desaparecerá así de esta persona todo tormento y nunca regresará a él. La hiel se unta en los ojos de una persona que tenga manchas blancas en los ojos, luego se sopla sobre ellos y quedarán completamente sanos” (Tob 6,1-4; 7-9).
De aquí que siempre se represente con un pez en la mano (simbología del médico) y también con algún báculo como símbolo de los viajeros, de quien es protector.
Es el ángel que revela su identidad y secreto “Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que asisten al Señor y pueden contemplar su gloria. Los dos comenzaron a temblar y llenos de miedo cayeron rostro en tierra. Pero el ángel les dijo: No teman. La paz esté con ustedes” (Tob 12,15-16).
Los Arcabuceros
Se trata de los famosos arcángeles militares que portan como principal elemento un arcabuz. Corresponden fundamentalmente a la serie del Maestro de Calamarca donde aparecen con elegantes vestidos compuestos de pantalones cortos, blusas de amplias mangas y puños en vuelo, chaquetas y sombreros de anchas alas coronados de plumas y cintas multicolores. Las telas son brocatos, tules, cintas de raso, medias ajustadas a las piernas y los calzados con rosetas de transparencias y broches de metal.
Estos arcabuceros constituyen una total innovación en la iconografía que los representan con arcabuces y elegantemente vestidos, apartándose, definitivamente, con este tipo de tema de las representaciones europeas.
Según Julia Herzberg, las imágenes con arcabuz en la pintura colonial, fueron representadas bajo una triple faz: militar, aristocrática y religiosa: Militar, ya que llevan armas de fuego y semejan ser la guardia de la monarquía; aristocrática, porque el lujo de sus vestidos representa la elite gobernante y religiosa pues los ángeles son los mensajeros de Dios, enviados para combatir a los espíritus del mal.
De rostros graciosos y posturas elegantes invitan a la veneración y disfrute de verse protegido por estos insignes defensores de los hombres que poblaron, en la época virreinal, a Los Andes, dándole tanta fama a su pintura.