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LA PINTURA VIRREYNAL EN EL CUSCO

Cusco, la antigua sede imperial del Tahuantinsuyo incaico, estuvo destinada a ejercer durante el Virreinato un papel de primer orden en el universo de las artes.
Corazón y eje de la vida cultural, social, eclesiástica y política del sur del Perú , durante aquellos trescientos años de influencia Ibérica plasmo en la arquitectura, retableria, escultura, orfebrería y particularmente en pintura un perfil que definió el carácter mestizo de una tensa y dramática simbiosis hispano indígena cuya expresión mayor se manifestó en la vasta corriente plástica de la segunda mitad del siglo XVII y el siglo XVIII a la que tradicionalmente se ha llamado como «Escuela Cusqueña de Pintura». Al momento de la conquista existía en el Cusco y el Imperio una significativa actividad plástica que pervivió hasta la colonia a través de la pintura en queros y ceramios, como también el testimonio visible de las pinturas preincaicas en murales y tejidos. En las primeras décadas de la evangelización el arte estuvo firmemente vinculado a la difusión de la nueva fe. Como un medio de expresión que ejercía particular fascinación sobre los indígenas, el arte se convirtió en un extraordinario soporte para las explicaciones didácticas que hallaban serias limitaciones en traducir a las lenguas nativas conceptos teológicos y de catequesis de raíz latina. Esta inicial utilización del arte por la iglesia virreinal recibió un considerable impulso con la aplicación de los decretos del Concilio de Trento, que en el Perú fueron difundidos por disposición de Felipe II en 1565.

En el siglo XVI cusqueño el arte pictórico fue considerablemente influido por las pinturas y grabados flamencos, así como por la pintura de origen español. Varios acontecimientos importantes para el arte marcan el ultimo tercio de este siglo: la visita a la ciudad del Virrey Francisco de Toledo 1572-73, suscito la elaboración de cuatro paños pintados por indígenas, los cuales narraban iconográficamente la genealogía de los incas y escenas del cusco.
De esta época y hasta principios del siglo XVII son varios lienzos que evidencias la fuerte influencia del estilo manierista, que coincide con la difusión de la pintura mural en iglesias de la ciudad y el campo, pintura que sirvió para la exteriorización del culto cuando adornaban las paredes exteriores, y de soporte a la catequesis que se realizaba en las paredes interiores de los templos.
En 1583 llego a la ciudad imperial el hermano jesuita Bernardo Bitti, quien dejaría una profunda huella a lo largo de más de un siglo. Su enseñanza estuvo a la base de la pintura colonial peruana, en particular de la cusqueña. Su arte tiene una gracia y delicadeza peculiares, propias de un espíritu contemplativo, con un marcado esteticismo centrado en la figura humana. Dejo varias obras en iglesias, casas particulares y en regiones que se hallaban bajo la influencia del Cusco como Juli, su sucesor será, otro jesuita de gran merito, Diego de la Puente. Otro maestro italiano influyente fue Angelino de Medoro que no viajo fuera de Lima. Pero su gravitación se canalizo a través de sus discípulos entre los que destaco Luís de Riaño. Su arte reúne todas las características del estilo, figuras alargadas, escorzos acentuados, colores fríos y tornasoles. También Mateo Perez de Alessio va ha marcar este comienzo del arte pictórico virreinal, activo en Lima veintiséis años, fue el pintor mas importante e influyente a través de su obra, que al parecer se restringió a esta ciudad.
El siglo XVII, fue la época de los grandes maestros cusqueños. Las figuras fueron Diego Quispe Tito y Basilio de Santa Cruz Pumacallao que brillaron por encima de otros artistas por su técnica y habilidad. Ellos decoraron las edificaciones reconstruidas después del desastroso terremoto del 31 de marzo de 1650 floreciendo bajo la égida de un personaje excepcional por su tenacidad pastoral y generoso mecenazgo: el obispo Manuel de Mollinedo y Angulo que gobernó la iglesia cusqueña desde 1673 hasta 1699. Quispe tito fue sin duda el gran pintor del barroco cusqueño. Su pintura es de muy rico colorido, de notorio énfasis por el paisaje y la incorporación de detalles anecdóticos en su obra. Santa Cruz de Pumacallao, pintor indio oriundo del Cusco, desarrolló un estilo muy correcto y sobrio, aunque de gran calidad plástica.
Al lado de los artistas mencionados podemos recordar a destacados seguidores tales como Juan Zapata Inca, Antonio de Sinchi Roca, Juan Espinoza de los Monteros, Martín de Loayza, Marcos Rivera y muchos otros.
En el siglo XVIII no encontramos las destacadas personalidades artísticas de la centuria anterior. Continúa así, la influencia de la «Escuela Cusqueña» que inclusive, se expandió más allá de las fronteras del Virreinato. De esta época es el gusto, ya extendido a lo largo del siglo, de «brocatear», es decir, aplicar pintura dorada sobre destellos de santidad, vestiduras y cortinajes, quizás por su mítico recuerdo del sol. Este periodo se caracterizó por la expresión de un arte americano, simbiosis y mestizaje producida entre lo aportado por el arte europeo y peninsular y el resurgimiento de los valores y los conceptos culturales y artísticos prehispánicos, aun vivos en la gente nativa y mestiza, amalgamados tras dos siglos de colonia. El estilo mestizo fue el primer momento de lo que hoy se puede definir como un arte americano, en el sentido en que se dio un arte característico, nuevo y común desde las altas tierras del Cusco hasta tierras de misiones de Moxos y Chiquitos con variantes peculiares de cada región.
Con Basilio Pacheco la pintura cusqueña alcanzo uno de sus puntos culminantes. Estuvo activo en el segundo tercio del siglo XVIII dejando obras en la Merced, la Catedral de Huamanga, aunque su obra mayor estuvo en el convento de San Agustín – hoy destruido -. Por esta época se intensifica la realización de lienzos a escala «industrial», pues hay talleres que suscriben contratos que los comprometen a realizar obras en un tiempo acordado, abasteciendo las necesidades.
La fecunda pintura cusqueña declina con el ocaso virreinal, pero la vitalidad de los tres siglos se dejara sentir todavía en el transcurso del siglo XIX en manifestaciones plásticas populares, que manifiestan en modestos materiales, toda la fuerza y el poder de la iconografía religiosa y de algunos elementos profanos heredados de los antiguos siglos coloniales. Esta pintura es, de alguna forma, la continuación de la pintura cusqueña que tanto admiramos.

Escrito por: Padre Carlos González Riffo

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